Dibujos.

 Había una vez un niño llamado Juan, que amaba dibujar. Todos los días, después de la escuela, Juan se sentaba en su escritorio y sacaba sus lápices de colores y su cuaderno de dibujo. Era un verdadero artista en ciernes y amaba crear cosas nuevas y hermosas en su papel.

Un día, mientras estaba dibujando un paisaje con montañas y un río, Juan se dio cuenta de que no podía lograr que su dibujo se viera lo suficientemente realista. Parecía faltarle algo, y Juan no podía descubrir qué era.

Así que decidió pedir ayuda a su abuelo, que era un artista experto. Su abuelo le explicó que para hacer que sus dibujos se vieran realistas, debía prestar atención a las sombras y las luces. Le explicó que las sombras eran las áreas donde la luz no alcanzaba, y que las luces eran las áreas donde la luz sí alcanzaba.

Juan escuchó atentamente y decidió poner en práctica lo que su abuelo le había enseñado. Comenzó a dibujar las sombras en los lugares adecuados y las luces en otros, y de repente, su dibujo cobró vida. Ya no parecía plano y sin emoción, sino que parecía tener profundidad y dimensión.

Juan estaba tan emocionado de ver el resultado de su trabajo que decidió compartir sus dibujos con sus amigos y familiares. Todos quedaron impresionados por la belleza y la realismo de sus creaciones, y comenzaron a llamarlo "El Artista".

A partir de ese momento, Juan no solo dibujaba paisajes, sino que también comenzó a dibujar animales, personas y cualquier cosa que imaginara. Cada vez que dibujaba, ponía en práctica lo que su abuelo le había enseñado sobre las sombras y las luces, y sus dibujos seguían mejorando.

Y así, Juan se convirtió en un artista talentoso y respetado, y su amor por el dibujo siguió creciendo cada día más. Sus dibujos eran una manifestación de su creatividad y su pasión, y eran un reflejo de su amor por la vida y la belleza.